Pero después de aquel día en que Santiago había dejado sola a Mariana en el parque, había en él un temor a salir y encontrarla esperándolo afuera de su casa, pero más que temor era mucha vergüenza también.
Mariana aún no resolvía el distanciamiento en su fuero interno. Al cabo de unos días Mariana ya casi había olvidado aquel suceso, ¿o no? Pero no fue hasta el tercer día de esperar a Santiago, para jugar sin que este saliera, que decidió no volverlo a esperar más.
El último día de esas vacaciones de verano fue cuando se volvieron a encontrar de frente, mientras sus padres los llevaban a comprar sus útiles para las clases. Se saludaron fríamente, ella con su hermosa sonrisa y él con un malestar en la boca del estomago provocado sin duda por el blanquísimo gesto de Mariana.
Santiago no pudo dormir ese día antes de entrar a la escuela, antes jugaban diario y ahora no entendía por qué le dolía verla. Lo que le dolía era verla feliz, feliz sin él... continuará
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